SARAH DAROCA

SARAH DAROCA CHEESMAN


AUTOBIOGRAFÍA:

Nací en una pequeña población de la provincia de Barcelona en la época en que cayó la dictadura y comenzó la democracia. Mi interés por la poesía se afianzó en la adolescencia, influido sobre todo por las inclinaciones poéticas de mi propio progenitor con la lectura de autores clásicos. Sin llegar a dejar de lado la poesía me licencié en Psicología en la Universidad de Barcelona, atraída por el estudio del comportamiento humano y por la necesidad de aportar un granito de alivio a grandes problemas sociales.

Mi experiencia como profesional y mi negativa a aceptar la pasividad general por algunos problemas inherentes a nuestra evolución como sociedad motivan muchos de mis poemas.

En la actualidad trabajo con personas con profundos conflictos relacionales y sociales y aprovecho algunos ratos libres para escribir y, la mayoría, para preparar la tan esperada llegada de mi primer hijo.


TODO NUESTRO TIEMPO ES AHORA

Tus brazos me cobijan en un manto de estrellas.
Tus labios, suavemente, van sembrando el olvido
en este cuerpo que no recuerda haber amado,
que florece de nuevo en el verano tardío.

De la piel y de la carne brotan, soñadores
en nuestra breve noche embriagada, los suspiros.
Mas cuando el alba despunta y se lleva las sombras
las mudas promesas pueblan los sordos oídos.

Y una vez más, sin acariciarnos con palabras
ni mirarnos a los ojos, partimos, huimos;
nuestra vieja vasija rota de sentimientos
vierte su puñado de sueños por el camino.

¿Pincelaremos los atardeceres, mañana,
mientras la música desborda nuestros sentidos?
¿O acabarás desdibujado por los recuerdos
como huella en la orilla por el licor salino?

Acércate a mí, todo nuestro tiempo es ahora;
cautívame una vez más con tus dedos huidizos;
celebra el nuevo día en el que trenza el deseo
ese cuerpo de café y este cuerpo de trigo.


NO ME REDUZCAS A UN TITULAR

Tonos ocres, violáceos y negros
sobre mi piel escupían tus manos
como garras y en mis ojos el alma
arrancaban en límpidos pedazos.

Tus palabras eran candentes témpanos
que no olvidarán mis sueños turbados;
y, a veces, promesas de terciopelo
que engullían la cordura y el daño.

Pero nunca sanaban las heridas:
creías crecer con ellas, ahondando
en la carne abierta, en la mente rota
con tu perpetuo cepo deslustrado.

Y aunque la noria de las emociones
se detuviera un instante encantado
bajo el cielo y los besos de papel,
siempre seguía girando, girando…

Me odiaba tanto como te quería:
habitaba nuestro hogar desolado
como amante y esclava y prisionera;
todo el resto se iba desdibujando.

Niño caprichoso con puños de hombre.
En tu atalaya, desde lo más alto,
me observabas y me creías tuya,
eterno el desvelo por tu cuidado.

Y yo leía con temor los gestos,
las miradas de control del tirano
y buscaba escondite, silenciosa,
también niña yo, del mortal abrazo.

El galeón, desgarradas las velas,
se empeñaba en continuar navegando
sin más rumbo que la inercia y las olas,
sin más puerto que un continuo naufragio.



Olvida mis ojos tristes de lluvia
que cae tranquila, olvida mis labios,
pierde la memoria como decías
perderte en el vino y en tu arrebato.

Olvida que aún bajo el mismo cielo,
quizá a tu pesar, sigo respirando
como amenaza inocente e invisible
para ese poder hambriento y malsano.

Olvídame y emprenderán el vuelo
mis dedos inquietos, chicos y blancos.
El anillo fue mi collar. Arrójalo:
nunca más volverás a ser mi amo.

LA MANO INVISIBLE

El único poder es el dinero
en esta sociedad del disparate,
de risas y anhelos de escaparate
y de aspirantes a mujer florero.

La mano invisible en tu monedero:
mucho bártulo vano en el petate
que arrastras junto a tu existencia mate
de autómata, bajo yugo de acero.

La misma mano alimenta con brío
envidias y complejos provechosos
mientras el alma se muere de frío.

¡Libertad para tus ojos vidriosos!
No huyas: llena el universal vacío
buscando en ti los parajes frondosos.

CALOR HUMANO

Me llamas queen
y, como yo, te has derretido
en una masa gris e informe,
sonámbula y ebria,
hedónica y desinhibida;
la masa en la que aún palpitan
tambores primitivos
y cánticos hipnóticos.

El ron con cola
parece hundirse
en pozos transparentes.
Burbujas que huyen
como huyen nuestras almas
de un hueco primigenio
o un rostro en el espejo.

Me llamas queen
y buscas un lazo invisible
en nuestras miradas furtivas.
Al fin aseguras la presa
y lanzas un cebo alcohólico,
el cebo del macho bonobo
que invita a la hembra a compartir
jugosas frutas tropicales.

Testigos son
las lunas de cristal,
las sombras nocturnas de asfalto,
del hambre perentoria.
Testigos, la pared rasgada
y el lecho herido,
la luz tras un balcón anónimo
del barrio de Sants;
testigos son
de cuerpos olvidados
y anhelos insondables.

Me llamas queen,
también me llamas gata vieja
pues leo en tus ojos de niño
mentiras enternecedoras.


Tus hombros jóvenes
no caben en el cáliz
volcado de mis manos.
Las grietas de tus manos tiemblan
e intento sellarlas con besos.

Me llamas queen,
podría llamarte muchacho.
¿Qué buscan en la noche
dos náufragos de los afectos?
No somos sino unos mendigos,
mendigos de calor humano.



EL PEQUEÑO BUZO

Buceas en una laguna transparente
y exploras los confines
de un cosmos limitado
con pies, cabeza y puños.
Respiras vida líquida
y creces en la oscuridad
y el ritmo conocido y tranquilizador:
el tambor de mi pecho,
los laúdes de mis entrañas.

Un día mis corrientes
henchidas y previsibles se verterán
sobre el mundo del aire
y tú verás por vez primera.
Y un día te alejarás caminando orillas
flotantes sin recordar que fuiste un buzo,
palabras y caricias
como conchas en blanco y negro
ocultas dentro de un bolsillo.
© Sarah Daroca