BIOGRAFÍA
Ramón Pereira nació en Barcelona, en 1980. Cursó Filosofía en la universidad de Barcelona. Sigue estudiando y trabaja de manera esporádica en cualquier burdel que se precie y pague.
POÉTICA
Cuando era pequeño al salir del colegio los viernes al atardecer, retrasaba el momento de huir de ese horrible lugar donde adormecen nuestras mentes. Una vez solo, me sentaba en el jardín, al lado de un olivo muy cansado y viejo.
Aunque nunca dijimos nada tuve la sensación que el tiempo se detenía, que había una música que no escuchamos y que anda de puntillas sobre nosotros. Me descubrí ocupando un lugar que aparentemente no existía. Por no decir el placer que sentía contemplando el largo espacio que distaba entre mí y el próximo lunes. Más tarde cuando aprendí a escribir pude repetir la experiencia ahora con palabras.
Escribir es delimitar, vallar una parcela con los dedos húmedos en el aire, es atrapar la mariposa de agua en el desierto, es dar forma a nuestros sentimientos y contarnos para leer quiénes somos o quiénes estamos siendo.
Escribir es poseer una rosa de papel, sombra de la otra rosa.
AUTORRETRATO CON 25 AÑOS
Casi sin darnos cuenta,
como ocurre con los años
que empujan sin avisarnos
hasta darnos al encuentro,
así llego a mí con veinticinco.
Tan sólo recuerdo unos pocos
un pequeño índice,
lo que pueda ser quizás
una larga obra, llena hasta ahora
de noches, espectador de estrellas
fugaces y eternas
cuando yo
aún soy el canto.
Así empujan los años
haciéndome cada vez más oscuro
más olvido que otra cosa,
más añejo en la bodega de la memoria.
Por eso omito mi nombre
que contiene lo mío,
y mi cara y mi piel
para que cuando ellos vengan
no me encuentren,
al menos aún con vida.
ALMA METÁLICA
“Estigue-ne segurs: s’apropa el dia
que tots tindrem una ànima metàl.lica.”
M.M.P
Es un lugar,
una cárcel de fríos herrajes,
de líneas geométricas sin viento,
una tormenta completa de orden
y luz prestada;
inmerso en otro sueño,
eterna cadena de mañanas, tardes
y festivos.
Ocho horas de ruido y silencio interior
tocando botones, moviendo cajas,
no hay poesía
no
en la fábrica no hay tiempo.
Llevas tantos años
vendiendo tu cuerpo,
para comprar otros tiempos
por esa necesidad metálica:
creer que en las cosas se esconden
espacios para tu alma vacía.
Se escucha la histérica sirena de retreta
y huyes en busca de esa pequeña tregua
corriendo como un soldado herido.
En la calle suspiras
aunque hoy preguntas por tu alma,
qué le ocurre,
por qué chirría tanto.
Te gustaría bañarla pero has olvidado
qué dulces aguas le son queridas.
Y llegas a casa
a los restos de tu vida
y no sabes qué hacer,
qué debe producir un hombre.
Finalmente, como cada noche,
te sientas en la cocina
y haces un puzzle.
ESPERANZA
a todos los héroes
Son las seis de la mañana,
el justo intervalo que me desdobla
como holograma ausente,
como los restos de un cuerpo,
tras la lenta jornada de la fábrica.
Desde lejos,
cansado y más, más viejo
contemplo la horrible arquitectura
de ese negro proxeneta
que suelta dinero, más bien poco,
maldito sea el puterío.
Enciendo el primer trócolo
y me reduzco
a un colocado y repetido sueño:
Cada día, cada mañana,
con las sobras de mi vida por delante
lo veo todo, arder todo
como última esperanza.
Es lo único de mí
que aún no he puesto en venta.
FEBRERO
Entre dos pilares de madera
de verde mustio ciprés
me estiro sobre la hierba.
Rendido
al suplicio de la vida
pienso que de aquí a un tiempo
yaceré bajo estas sombras
y creo que las malas hierbas
acaso una rosa, sean lo único
que pueda ofrecer mi cuerpo
al docto campo de la floricultura.
LA BOTA DE VINO
a RPM, por la mitad del todo
Levanto la mirada en la mañana
y me parece oscura esta habitación.
En el suelo, aplastada, la sangre de un llanto,
la bota de vino muerta que dejaste gotea.
Había una vieja bodega,
con un viejo empleado en la vieja ciudad.
A diario la llenamos, de abrazos
de charlas y de lo que sentimos al decir amor.
Me enseñaste a beber de ella,
alzarla,
abrir la boca,
y alimentarnos de sus preciadas lágrimas,
de cada una de ellas, de cada contada gota
por muy pequeña que fuera.
Hoy recuerdo aquella mañana
cuando te sentía tan lejos,
y tu mano goteaba pura sangre,
y cogiste la bota dejando resbalar
tu último hilo de color
para pasar a esa extraña y grisácea
forma de vida donde sólo me quedas.
Ay lo que en su tiempo fuera dulce,
ahora yace aguado, fósil del recuerdo
de sed y sal en la boca.
Ignoro en qué tierra
puedo buscar tu raíz, tu fruto agotado
y veo reflejada en tu sangre
que la vida era esto,
no saber de cuántos tragos disponemos.
MIRANDO ATRÁS
a los desaparecidos
Mirando, mirando atrás
en los ancianos álbumes
de nuestras fotografías
las escenas donde actuamos,
protagonistas
de algunos momentos de felicidad.
Mirando la degeneración del papel
se puede calcular
por el desvanecimiento de las imágenes
en qué época, en qué lugar fuimos
para, nunca más, volver a ser.
Mirando, mirando atrás
existe otro tiempo que no vivimos
pero que pudimos haber vivido
en compañía de los desaparecidos.
Y pensar que hubo tardes sin un abrazo,
ni una sola palabra de las tuyas,
y no pensar
hasta que es demasiado tarde.
No vimos la fragilidad de los pétalos
que desplumaban tu belleza cayendo,
mostrando la frágil llama que se apaga.
De tanto mirar para, mirando, no tenerte,
sólo en reflejos, recojo el instante
con el sigiloso acercamiento a la boca
y duele
cuán inmensamente frío
es estar sin estar contigo.
LA CAZA
En la noche de calles vacías
existen lugares donde se celebran ritos,
son los cotos sonoros de caza
donde un ancestral ritmo de fuego
nos hace recordar brillando
la pérdida de nuestras alas celestes.
Ebrios, nos dejamos
a los más básicos placeres en el azar
de unos ojos embrujados que buscan
en otra piel un reposo consumado.
Y las hembras agitan sus curvas
irradiando su caliente olor
como la presa casi muerta
llama sin quererlo a las aves de rapiña.
Y ellos vienen,
con la típica excusa del nombre
y muestran buena aptitud
para la pantomima y las artes del encanto,
como si desplegaran un bello plumaje
para captar la atención
hasta hallar el momento,
la palabra precisa que abre la cueva.
Volvemos anhelantes a la selva
a la genética llanura salvaje,
para librarnos de la esclava
magnitud del raciocinio
y darnos por completo
a la caza de carne y sangre.
ABRAZO
a Silvia
Te abrazo y la luz,
mi propia luz, se une a la tuya,
ambas proyectadas al punto fugaz
donde somos
otra forma de vida.
Juntos la luz no escapa,
es un sólo cuerpo en abrazo,
una historia, melodía circular
tu belleza oscura y mi lado blanco.
Daremos vueltas en torno a la llama
para avivarla
hasta el final de nuestro cuerpo.
EMBLEMA CONTRA EL VIENTO
Si miramos atrás,
siempre hay dos sombras
de las cuales nacemos.
Algunas de ellas poseen mucha luz,
la luz que fue dispersa,
y el amor, el deseo
o quién sabe qué inescrutable designio
concentró en nosotros su brillo.
Es una tendencia eco,
suplir la carencia en el viaje,
del cadencioso e inestable vaivén,
con las manos duplicadas de soporte.
Y aunque en nosotros existe
la opción contraria y válida
de la vida en soledad,
la necesidad de ser en otro
empuja a los más sombríos
e inhóspitos caracteres
a darse, aunque pierdan
la mitad oscura del círculo,
mitad otra de aquella luz.
En la juventud esporádica
flotamos a la deriva
de diversos y agradables frutos,
pero también de salvajes naufragios
y cuando vemos a los mayores
-juntos y esposados-
reímos pensando no caer nunca
en esa presunta prisión.
Sin saberlo,
heredamos de ellos el emblema,
y no podemos dejar de admirar el compromiso
en esa unión célebre y asombrosa
de dos almas que juntas en la carne posaron
y en la piedra posarán tras un largo fluir.
«Qué noble, como una fortaleza boscosa,
ese deseo humano de acogerse entre brazos
para ponérselo difícil al viento.
Si hemos de caer
no caeremos sólos»
LA REPETICIÓN
En la noche, como aquella vez,
en la irrecuperable primera noche,
brilla mi voz en lo más alto de la montaña,
más allá de las estrellas.
Veo en este cigarro de cáñamo
aquél que una vez hice por primera vez.
Sin haberlo encendido, veo
el mismo afán y deseo al deleite
de la sangre verde y desatada,
en mis ojos suavemente embrujados.
Y me pregunto si no ocurre igual con la vida.
Nacemos y arrojados de la esencia,
del perfume acuático del primer nocturno,
vivimos la condena, la repetición,
la cadena eternamente espiral
de no hallar los labios del adolescente beso,
o la segunda noche
en sus otros labios escondidos,
ni, tal vez, de todas aquellas cosas
lejanas y cerradas en su primera ceniza.
Arde la hierba salvaje
para volver una vez más conmigo,
para volver a casa,
la misma que jamás quisimos dejar
de allí el llanto
nuestro primer llanto
la primera nostalgia.