LUISA MARÍA VILLALOBOS
REINAS
Hermanas de alma, huesos, entrañas,
hijas las dosde un matrimonio de unión tardía y corto viaje,
madres lozanas, abuelas siempre y antes de nada.
Os he observado toda mi vida, la boca abierta
de par en par, nunca un quejido, nunca un lamento
se ha deslizado por vuestros labios; sois esa mano,
eterna mano, que te levanta cuando pensabas
que la caída te dejaría tragando polvo
en la estacada.
Reinas, mis reinas, de una baraja con demasiados
palos y espadas, supisteis ver dónde se esconde
el oro puro, y con un gesto desenfadado,
alzar la copa plena de savia,
brindar alegres por el mañana.
Tomo un relevo, que se hace duro cuando una siente
que no es simiente de un fruto digno de recogerse.
¿Cómo podré continuar ese legado
si ora soy casa con fundamento
ora soy ave que el vuelo emprende?
ATAVÍOS
Cada noche –es un rito–
desvisto mi cuerpo de prejuicios
y, contenido el aliento,
me sumerjo entre sábanas limpias,
buscando el pecho materno,
soñando a tientas
la unión de tu ombligo.
Hago entrega, cada luna,
de la experiencia vivida,
los recuerdos, la memoria,
doblados quedan sobre una silla
que pasa sus noches en vela.
Esta misma mañana –ya es ritual–
he maquillado mi rostro
de consejos bienintencionados
y, ceñido el abrigo de vivencias y
algún que otro olvido,
calzada la herencia adquirida
por todos los hombres,
he salido a la calle,
como siempre, madre,
dispuesta a encontrarte.
© Luisa María Villalobos